3 de agosto de 2017

Sigo vivo.


Entrar a este lugar hace que reviva cosas que preferiría dejar atrás, pero no puedo negar que no esté encontrando cierto placer estando aquí. Releer las cosas que dejé en este lugar es casi como reencontrarme con mis fantasmas; una parte de mi que he conseguido asimilar, aceptar y tratar, pero que nunca va a dejar de acompañarme. Ni un solo día de mi vida. 

Podría hablar de muchas cosas en esta entrada. Casi dos años sin dejar que se me vea el pelo es tiempo suficiente como para que mi vida haya evolucionado (aunque en otros sentidos siga estando tan estancada, y yo tan perdido como por aquel entonces). 

Creo que una de las cuestiones más importantes que debería tratar aquí, es mi relación con la comida (que por otro lado fue la razón que me empujó a crear este pequeño infierno). Poco a poco, con mucho esfuerzo y mucha voluntad, y con muchas caídas, puedo decir que estoy bien en este sentido. 

No puedo negar que sigo sintiendo asco al mirarme todos los días en el espejo. No puedo negar que muchos días siento la tentación de no comer, de no llevarme los dedos a la garganta. Joder, he estado muy, muy cerca de volver a caer en esta mierda. He estado a punto de tirar toda la evolución por el váter junto a la lasaña del mediodía. 

Aunque no haya día que no reviva por unos momentos esta pesadilla, puedo decir que he salido de esta, que aunque cuestionable, mi estilo de vida respecto a la comida ha recuperado la cordura. Pero no puedo evitar admitir, aquí, en este lugar remoto de internet, que hay días en los que estoy seguro de que todo esto va a volver a pasar de nuevo. Y siento miedo al verme tan frágil. 

Porque esa es una de las grandes diferencias que había de la persona que os escribía en el 2015 y la que lo hace ahora dos años más tarde. Ahora soy más fuerte, más capaz, y sobre todo más inteligente. De todo se aprende, y os puedo asegurar que aunque fuera la muerte en vida, aprendí muchísimo de esa etapa de mi vida, tanto sobre mí como de las personas que me rodean. 

Respecto a mis relaciones personales... sigo siendo el mejor amigo de aquella chica que estaba obsesionada con su novio. Finalmente se le pasó el enchochamiento (no hay otro nombre) y aunque nos pasemos gran parte de nuestro tiempo discutiendo, no podría cambiarla por nada. Ha sido la persona que más ha sufrido con mi problema(s). Al final ha estado ahí, en las malas y en las terribles. Y bueno, hemos sabido seguir hacia delante. Como guinda para este párrafo, sigue con aquel novio suyo, aunque ahora la relación no es tan tóxica y hemos conseguido ser algo así como amigos. Cosas de la vida. 

Sigo en contacto con aquel que dije que era mi mejor amigo y que siempre me eclipsaba. Le sigo teniendo mucho cariño, todo sea dicho, pero creo que ya no ostenta el título de mi amadodiado mejor amigo. Con el tiempo nos hemos distanciado bastante, y aunque seguimos viéndonos de vez en cuando, y solemos hablar cada poco tiempo, ha perdido la capacidad de hacerme daño. A día de hoy sigue intentándolo, y aunque no puedo negar que aún me escuezan algunas cosas, finalmente he conseguido superarlo. Es complicado, pero hay personas que es mejor mantener en la distancia. 

Mis relaciones familiares no es que sean una maravilla, pero por aquí también ha perdido toxicidad el asunto. Mi hermana finalmente superó su enfermedad y a día de hoy lleva una vida normal. Mis padres... bueno, siguen siendo ellos, pero al menos lo intentan, que es más de lo que se puede decir de muchas familias. Supongo que parte de que estemos mejor ahora es porque paso muy poco tiempo en casa, y el tiempo que estoy, no suelo hacer mucha vida familiar. 

La cosa es que hay ciertas cosas que no he conseguido perdonar, y que no creo que pueda perdonar nunca: no puedo perdonarle a mi madre que me robara dinero. No puedo perdonarle a mi mejor amiga que no me acompañara al hospital a ver a mi hermana. No puedo perdonarle a mi mejor amigo todo el malestar que me ha hecho sufrir durante tanto tiempo. 

Pero he aprendido que aunque haya ciertas cosas que no podamos llegar a perdonar, no es el final. La historia no se termina cuando te engañan, cuando te decepcionan o cuando te hunden. La historia termina justo cuando tú quieras terminarla, y aunque haya cosas que no se perdonan, se pueden superar. Todos la cagamos, todos necesitamos oportunidades extra. 

Y para terminar (que no sé como me las apaño y siempre termino escribiendo más de la cuenta en este sitio), explicar un poco qué ha sido de mi en estos dos años. Uno de ellos (el primero) sinceramente lo pasé con una depresión horrible. Ha sido una de las etapas más oscuras y caóticas de mi vida. Y bueno, justo cuando estaba hundido en lo más profundo de mi vida de mierda, decidí cambiar. Con cambiar no me refiero al cambio físico que tanto anhelaba y que rocé con los dedos, sino a un cambio de los de verdad, de esos que te cambian como persona y agitan tu vida desde dentro. 

Entré en la universidad, y ahora estudio una carrera que aunque me lleve por el camino de la amargura me encanta. Ahí he conocido a un montón de gente guay con la que he vivido un montón de cosas nuevas. Viajo cuando el tiempo y la cartera me lo permiten, y ¿sabéis qué? Ahí me siento vivo. Vivo de verdad.

Y bueno, en este último año me he enamorado (tenía que hacer referencia a la última entrada del 2015). Pero este tema... mejor me lo guardo para otro día. 

En conclusión, he estado este tiempo luchando por coger las riendas de mi vida. Y aunque no lo consiga la mayor parte de las veces, me frustre, haya días en los que no quiero salir de la cama, y muchos momentos en los que quiero vomitar sin parar, aquí estoy. Sigo vivo, y eso me resulta increíble: no pensaba que fuera a llegar a los veinte. 

Sigo sin ser feliz, la mayoría de los días me los paso en la mierda, me odio, todo lo que he construido tiembla como un castillo de naipes, pero por lo menos, lo intento

Y ahí está la evolución de la que hablaba al principio del texto.